Cuando expresamos sentimientos casi siempre lo hacemos con palabras. Hablando podemos mostrar nuestra simpatía o nuestra crueldad, somos generosos o vengativos, una palabra nos hace dulces, groseros o tontos. El arma que llega más lejos es la palabra, es conversar (que es hablar después de escuchar y escuchar después de hablar).
Pero el lenguaje tiene sus territorios, como las estaciones del año tienen sus modas. No se lleva un abrigo en verano, como no se tutea a un ministro al que se saluda por primera vez. Tampoco las palabras son iguales en todas las situaciones, tienen que adaptarse a los momentos y a los destinatarios y en cada caso valen indistintamente para decir y para ocultar. La política, la publicidad o el amor lo tienen claro porque en sus ámbitos se transita mejor con la ayuda del lenguaje. La resonancia inconsciente de las palabras la dominan los publicitarios que saben decir mucho con muy poco. "Si te pega, no te quiere", rezaba uno de los más directos mensajes del Instituto de la Mujer contra los malos tratos. "No se es más hombre por tener la piel más seca", afirmaba un anuncio de cosmética masculina atacando los prejuicios machistas. Con mayor trascendencia, igualmente la política acude al refugio del lenguaje y censura justo esa palabra que es la que mejor describe un mal momento para sustituirla por otra que tramposamente minimiza su impacto.
Las personas corrientes también tenemos que convencer, conmover y expresar nuestros sentimientos con palabras. Sucede, sin embargo, que no siempre acertamos. La timidez o la cobardía impiden a algunos decir lo que sienten, otros no dicen nada porque no sienten y otros no sienten porque no dicen.
El pensamiento y el lenguaje se entremezclan. A veces confundiendo sus dominios. Una palabra de amor declara amor y al mismo tiempo encadena un poco, compromete. Por eso, hay enamorados que no se atreven, pero quien censura sus palabras, censura sus sentimientos. ¿Merece la pena? ¿Hay que ser tan cauteloso? No, no están los tiempos para derrotas solitarias. Todos, salvo los más brutos, sabemos decir, como cantaba Joan Manuel Serrat, palabras de amor, sencillas y tiernas. Y quien más dice, más quiere.
Septiembre 2008 [Psychologies nº 43], Pilar Varela
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